Reconozco que la situación en el Reino Unido está generando escenas de terror como para propiciar un repentino cambio de gayumbos a los mismísimos hermanos Grimm (permítanme esta pequeña licencia, aunque sólo sea para desdramatizar). Dicho esto, y siguiendo con atención la secuencia de acontecimientos hasta hoy, uno solo puede llegar a una conclusión, a priori tranquilizadora. Veamos: Gobierno negocia plan de salida con la UE. Gobierno quiere pasar dicho plan por el Parlamento. Parlamento vota en contra del plan tres veces. Parlamento confirma que no quiere una salida sin acuerdo. Parlamento legisla para bloquear el No-deal. Parece, pues, que la elección a partir de ahora bascula entre dos opciones: 1) Salida con acuerdo 2) No salir. Convendrán conmigo si digo que la segunda opción plantea un serio problema; y es que al ser el Reino Unido una democracia parlamentaria, y como el primer ministro David Cameron sometió a referéndum la cuestión de la permanencia, en donde la población votó (de forma ‘inoportuna’) salir de la UE, pues claro, hay que cumplir con lo que la población dijo, so pena de que los votantes empiecen a sospechar que el poder real de la soberanía ya no recae sobre ellos. Por todo ello, si tuviera que apostar, sería por la opción primera: salida con acuerdo.
Reconozco que, como el resto de mis congéneres, sé menos del Brexit que de la manufactura del silicio; pero uno no puede ausentarse de los mercados, ni de su análisis. A modo de resumen simplificado les diría que, visto en perspectiva, la estrategia implementada por el gobierno de May ha funcionado bastante bien si lo que se pretendía era evitar a toda costa el Brexit. Al fin y al cabo el Reino Unido está aún en la UE y, si mal no recuerdo, tres cuartas partes del Parlamento británico defendían la permanencia antes del referéndum. Pero esta estrategia ha llegado a su fin. El votante británico siente que la clase política se ha subrogado el papel de propietario de la soberanía y se empieza a cuestionar, a lo largo del país, quién ostenta el auténtico poder. La situación actual me incomoda, como a ustedes, y está claro que no puede prolongarse ante una población siempre perseverante que reclama que se ejecute su mandato. Aquellos que afirman que esto solo puede derivar en una salida desordenada, basan su discurso precisamente en esta idea. Afirman que el resultado del referéndum debe aplicarse llegado el límite del tiempo. Con o sin acuerdo. Ahora bien, los proponentes de este escenario disruptivo suelen pensar, no sin una cierta dosis de ingenuidad, que los líderes políticos europeos probablemente decidan vetar cualquier extensión del Brexit, precipitando al Reino Unido a una salida desordenada. Se basan en la idea (simplista) de que a los líderes europeos les aterroriza la idea de que el Reino Unido participe en las elecciones al Parlamento Europeo, en las que el partido de Nigel Farage pudiera capitalizar esa mayoría de votantes británicos descontentos con la evolución de los últimos años. Al fin y al cabo, el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) de Nigel Farage obtuvo 24 eurodiputados en el Parlamento Europeo en 2014, más que el resto de partidos británicos. Personalmente, no creo que los 24 escaños del UKIP representen una incomodidad tal que lleve a los líderes europeos a empujar al Reino Unido hacia el precipicio.
Hay otra cosa que me preocupa más. Y es que Macron sienta la tentación de jugar a ser Charles de Gaulle, quien ya en el pasado vetó la entrada del Reino Unido en la Comunidad Económica Europea (CEE). Al fin y al cabo, si algo he aprendido en las dos últimas décadas es que, cuando un gobierno atraviesa situaciones complejas, como la que está atravesando ahora Emmanuel Macron, tiende a transitar por senderos que desbordan lo puramente económico, acercándose a marcos conceptuales más relacionados con aspectos como la identidad o la unidad de los objetivos políticos comunitarios. Mi temor es que Macron lea en la actual coyuntura que una acción decisiva y contundente, como situar al Reino Unido ante una decisión binaria, pueda suponer una oportunidad para fortalecer su imagen de ‘hombre fuerte’ de cara a las próximas elecciones. No creo que tal decisión ayude en nada a Europa. Más bien al contrario. La buena noticia es que en Europa no hay solo un líder. Hay 28. Personas que, como yo, entienden que la salida desordenada del Reino Unido probablemente signifique una catástrofe para ambas partes, dadas las actuales circunstancias en materia de coyuntura económica. Esta reflexión me lleva a rechazar de plano la tesis de que el Hard- Brexit represente, ni por asomo, una solución factible para el continente. Sigo apostando por una salida con acuerdo, para lo que quizás sean necesarias varias extensiones para las fechas del Brexit. Al fin y al cabo, el acuerdo preliminar de salida cada día tiene más apoyos, como se ve en el cuadro inferior.
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