Últimos acontecimientos y razones del nerviosismo del mercado.
El nerviosismo extremo de los inversores responde a una combinación letal de factores que está haciendo estragos en el precio de los activos. El freno económico global sincronizado (ex USA), con especial énfasis en Alemania y China, más el terror que producen las noticias desde Hong Kong, en donde China parece haber acumulado tropas en la frontera con la excolonia con el fin
de sofocar una revuelta que dura ya más de dos meses. Una acción que conduce a Pekín peligrosamente hacia la re-edición del episodio de Tiananmén. Algo que, en cierta manera, institucionalizaría la nueva guerra fría. Colegas basados en la región me confirmaron la pasada madrugada que un importante volumen de tropas chinas se concentran en Shenzhen, a lo largo de la frontera con Hong Kong, y que los sensores chinos que venían siendo utilizados para bloquear la cobertura de las protestas por parte de los medios de comunicación, envían ahora señales de propaganda para caracterizar el movimiento de protesta como “amenaza nacional”. A las puertas de la conmemoración por la victoria del Partido Comunista en la guerra civil, pareciera que la sensibilidad nacional está hoy en una especie de clímax, y eso nunca es bueno. No es de extrañar, pues, que el mundo inversor haya aumentado considerablemente la probabilidad de
una intervención militar, ya que los acontecimientos hablan por sí solos. De hecho, en una intervención televisada esta semana, la líder de Hong Kong, Carrie Lam, parecía indicar que no iba ni tan siquiera intentar redirigir la situación.
¿Es una intervención militar algo irreversible?
Me voy a arriesgar y aventurarme a decirles que una intervención militar es la última eventualidad que contemplo (si es que eso sirve de algo). Bien pensado,
si China opta por una intervención que implique el despliegue militar, y el reemplazo temporal de la jefa ejecutiva de Hong Kong por un funcionarioplenipotenciario del continente para imponer una etapa de sumisión, requeriría también de la suspensión de las leyes de protección de Hong Kong. Ya me han apuntado esta noche que la importante cantidad de jueces de corte liberal (que
tradicionalmente ha proporcionado Hong Kong) supondría una importante resistencia para los objetivos de Pekín. Al fin y al cabo, en Hong Kong, la burocracia está sometida a las cortes. Es por ello que una aproximación dura por parte de Pekín, debería incluir también la substitución de estos jueces por otros más alineados con la causa china. Ello probablemente acabe por aterrorizar a la
población. ¿Creen que exagero al usar el término terror social? Miren. En economía ocurre exactamente lo mismo que con la física. Igual que los fluidos pasan de sitios de alta presión a otros de baja presión, la población se desplaza de países socialistas a otros entornos más capitalistas, y esta es una verdad ineluctableque, les guste o no, se ha mantenido por los siglos de los siglos. No se ustedes, pero yo no puedo imaginar (me resulta absolutamente imposible) como la sociedad hongkonesa, altamente educada en los valores occidentales y con una fuerte tradición de independencia de sus instituciones (por cierto, centradas en la defensa de los derechos del individuo), pudiera acostumbrarse a un régimen comunista-socialista, autoritario y corporativista; centrado en los intereses del estado por encima del individuo. Un régimen corporativista, no en el sentido europeo, sino un corporativismo arraigado en el confucionismo, cuya doctrina
puede resultar muy interesante en algunos aspectos (especialmente en lo que se refiere a la harmonía con el cosmos), pero que ve solamente al hombre realizado en tanto ser social que ocupa un puesto o función, nunca como un ser aislado. Es ahí en donde el concepto de individuo (y por lo tanto, de libertad) desaparece en estos regímenes. Imposible de asimilar. Imposible de digerir.
Así pues, aunque una intervención militar a gran escala probablemente pudiera acabar con esta revuelta social por la fuerza, a buen seguro empujaría a Pekín a una reacción internacional muy adversa (pues los líderes occidentales sentirían sobre su consciencia el peso del dilema ideológico que les acabo de plantear, y que sufrirían los 7.4 millones de habitantes de Hong Kong). Una reacción internacional que pudieran implicar costes inasumibles para Pekín, y que les puedo enumerar con mucho gusto:
1) Tal situación desembocaría, muy probablemente, en duras sanciones comerciales –además de las impuestas porWashington
2) Nuevas sanciones tecnológicas
3) Los bancos chinos podrían ser expulsados del sistema de pagos (clearing system) y las instituciones financieras occidentales (especialmente las norte americanas) probablemente se les impediría operar en los mercados chinos
4) Activos chinos en el extranjero podrían ser congelados
5) Peor aún, una respuesta militar de china liquidaría el prestigio de Hong Kong como plaza financiera internacional seria. En definitiva, una situación que Pekín no puede permitirse.
También están los que apuestan por una aproximación (al problema) más minimalista por parte de Pekín. Una que incluya la invitación temporal por parte del gobierno de Hong Kong a la entrada de las fuerzas policiales chinas (basándose en la ley conocida con le nombre de “Basic Law”) para ayudar a restablecer el orden. Una toma de control que pondere y respete el estatus de Región de Régimen Especial de Hong Kong, así como sus instituciones y cortes judiciales. Está por ver si esta opción, a priori algo más suave, acabaría por diluir las revueltas o más bien pudiera provocar aún mayores concentraciones. Al fin y al cabo, manifestantes, centros educativos, iglesia, asociaciones, y todas las capas de la sociedad civil, sabiéndose respaldados por las cortes,
probablemente acabarán posicionándose para obstruir el ímpetu de Pekín. Ello hace que esta solución probablemente tampoco sea efectiva en su objetivo de sofocar las protestas.
Valoración y conclusiones
Difícil situación para los líderes de Pekín. Y en realidad, eso es bueno. Las resoluciones complejas y costosas requieren tiempo. Nunca precipitación. Los líderes del Politburó en Pekín saben, mejor que nadie, que una cosa es operar para sofocar una revuelta en un sistema comunista, y otra muy diferente es operar en una sociedad en donde las cortes tienen la última palabra y cuyos centros de poder y cultura permanecen muy alejados ideológicamente. Pekín debe saber, y así estoy convencido, que la misma receta no tendrá los mismos efectos. Les presupongo la inteligencia necesaria que los alejará de cometer un error gravísimo y de consecuencias económicas hoy difíciles de calcular. Pienso, como muchos, que la acumulación de tropas en Shenzhen pudiera
tratarse de una táctica disuasoria de Pekín. Retirar las tropas, y evitar la ocupación, sería visto por la comunidad internacional como una muestra de moderación.
Me alineo con aquellas voces cualificadas (que he escuchado y leído atentamente esta pasada noche) en el sentido de que una intervención militar es algo evitable e incluso poco probable. Un estricto análisis coste-beneficio debe llevarnos a esta conclusión. ¿Y la política? En realidad, el análisis de costes es la única manera de valorar la situación. Al fin y al cabo, estoy convencido de
que el régimen de Pekín aún opera sobre la base de un interés racional. Les dije en una de mis notas que los mercados financieros modernos le hacen a uno reconsiderar muchas cosas, hasta el punto en que uno preferiría trabajar de cocktólogo y convertirse en un parsimonioso bar-tender. Bien. Les prometo que aún no di el paso y que no tuve nada que ver en la preparación de este “terrible” cocktail de verano.