La extensión del virus en las últimas semanas nos ha llevado, de forma brusca, a un radical cambio de escenario. Hemos pasado así de una crisis, inicialmente, de oferta, consecuencia de los cierres de fábricas en China, con afectación al suministro a algunas industrias y países, a una crisis también de demanda. Cuarentenas, restricción a los movimientos en varios países, e incluso cierre de fronteras, trasladan el impacto del coronavirus de forma transversal y profunda a toda la economía.
Y más allá, estamos ante una crisis sanitaria, que la hace diferente de otras vividas a la fecha, como la Gran Crisis Financiera (2008-2009) o la de los periféricos (2011-2012), y que obliga a un seguimiento de otras variables (contagios, recuperaciones,…) y de otras políticas.
A lo anterior se ha sumado, desde una perspectiva financiera, la fuerte caída del precio del crudo. La materia prima venía ya debilitada por la expectativa de menor demanda desde China, movimiento a la baja que se aceleró por la falta de acuerdo entre Rusia y los países de la OPEP sobre un recorte de producción, dando comienzo a una guerra de precios. Como consecuencia de ello el crédito corporativo de las empresas energéticas se tensionó, temiendo quiebras y trasladándose estos temores, en gran medida, al resto del universo crediticio.
Todo lo anterior ha provocado un episodio denominado “Cisne Negro”: un acontecimiento inesperado y de circunstancias imprevisibles. En los mercados de renta variable hemos alcanzado unos niveles de volatilidad máximos, siendo lo más llamativo el hecho de que las fuertes caídas de las bolsas (superiores al 30%) se han concentrado en un espacio de tiempo muy limitado, de semanas, cuando otras correcciones previas se habían desarrollado en plazos de 6-7 meses. En renta fija hemos visto falta de liquidez y fuertes castigos en todos los sectores y particularmente los activos de menor calificación crediticia.
La reacción de los bancos centrales ha sido rápida y contundente, particularmente desde EE UU. La Reserva Federal ha recortado sus tipos de interés hasta llevarlos a cero, anunciando además un ingente programa de compras de activos (700.000 mill. de dólares) como ya vimos en la gran crisis financiera. No ha sido la única autoridad monetaria, sino que todos los grandes bancos centrales se han sumado, bien sea bajando tipos, bien con esquemas de apoyo al crédito de aquellos sectores y PYMES más afectados por la crisis, o relajando las exigencias de solvencia de las entidades financieras. Se intenta así lograr de forma coordinada que el crédito llegue lo antes posible, lo más barato posible, ya que es clave para evitar que el debilitamiento económico se instale y ocasione quiebras, despidos, cierres.
Acompañando a la política monetaria, y más importante en este caso, está siendo el creciente esfuerzo fiscal. Primero en China y Japón, posteriormente en Italia, y desde hace unos días en el conjunto de la Zona Euro, Reino Unido y EE UU. Esquemas amplios y potentes que incluyen en casos como Alemania o Francia garantías estatales por importes superiores a los 800.000 mill. de € para apoyar a las empresas , la posibilidad de entrar en el capital de las mismas, suspensión del pago de cotizaciones, impuestos, pagos de facturas de consumos…Medidas extraordinarias para una situación que también lo es. Y podrían ir a más, particularmente en EE UU y también en Europa donde al esfuerzo “país a país” se añade el coordinado de la UE.
Junto al despliegue de medidas anteriores, no cotizado en positivo por los mercados, hay motivos para cierto optimismo desde la mejora vista en China, el epicentro del coronavirus: descenso del número de afectados, reapertura de las fábricas (ya operando al 90%) y de la actividad comercial,…
La falta de liquidez en los mercados de renta fija ha llevado a poner en precio escenarios de quiebras que no parecen justificables: el sector empresarial parte de una situación de endeudamiento medio inferior al de recesiones previas, y las medidas de apoyo antes comentadas limitarían el riesgo de insolvencia. Las valoraciones en algunos mercados de renta variable recogen ya escenarios muy adversos de caída de los beneficios. Por poner un ejemplo, el IBEX cotiza ya a los niveles de la crisis de deuda periférica, tiempo que recoge: varios años consecutivos de crecimientos negativos del PIB en España, una tasa de desempleo superior al 20%, fuerte retroceso de los márgenes e inversiones y un sistema financiero con problemas de capitalización y menos sólido. A nuestro entender, muy lejos del escenario actual y previsible.
El cortísimo plazo sigue siendo incierto para los mercados con la necesidad de que veamos los primeros signos de eficacia de las medidas tomadas en otros países, lo que algunos estiman que podrían darse en el espacio de unas semanas. En el medio, nuestra visión sigue siendo constructiva: estamos ante una recesión, pero no una depresión. Bajo este escenario de “no depresión” el punto de inflexión no puede estar muy lejos en el tiempo, pero es imposible determinar la distancia en valor, dada la violencia de los movimientos.