Leía el otro día al siempre documentado Andy Robinson, y aunque este articulista trató por todos los medios de meterme el miedo en el cuerpo, la verdad es que consiguió justo el efecto contrario y cerré el periódico mucho más tranquilo de como lo empecé. El mismo Robinson establece distancias profundas entre Trump y los populismos genuinos (que también los ha habido en los Estados Unidos). Según este autor, populistas norteamericanos lo fueron Andrew Jackson, especulador del suelo en el sur profundo y que llegó a la Casa Blanca en 1829 con un discurso visceral contra la élite especuladora. O William Jenkins Bryan, demócrata de Nebraska que lideró el oeste medio en contra de los banqueros y plutócratas. O Long (alias Kingfisher) gobernador de Luisiana en la Gran Depresión que amenazaba con clavar en la pared a los banqueros de Wall Street.
Deduzco, tras esta lectura dominical, que Trump se parece bien poco a estos personajes. Entonces, ¿de dónde surgen los temores por la amenaza Trump? Bueno, hay que reconocer que el amigo Donald sí ha hecho un uso (muy) torticero del mensaje antiinmigración, por no hablar de sus incursiones dialécticas en otros ámbitos; pero no he visto que haya basado su discurso en contra de Wall Street, o contra los bancos, o en contra de las élites progresistas. Ciertamente, esta no es una postura populista. Admito que ha defendido con énfasis los programas públicos de salud (medicaid) y pensiones (lo que por cierto, ha retrasado cualquier tipo de debate sobre recortes en programas de salud o políticas de privatización de la salud hasta el 2018). ¿Es eso populismo? ¡Por favor! Si hasta se opone a la legislación pro-sindical. Ni tan solo ha esgrimido el argumento de las clases sometidas pues no ha hecho referencia al conflicto de clases. Trump sitúa el epicentro de los problemas en un exceso de regulación. De hecho, anunció su intención de reducir la presencia e influencia del estado, ya sea mediante recortes de impuestos (impuesto de sociedades al 15% o el tipo superior de la renta al 25%), o mediante un retroceso de la sobreregulación. Esto no huele a populismo. ¿Vuelta al liberalismo reaganiano, entonces? ¿Desregulación a lo Bill Clinton? (irónico, ¿verdad?). La pregunta es: ¿Sería eso bueno, o malo? Miren, no voy a discutir eso ahora, pero de lo que estoy seguro es de que no estamos ante el temido populismo. ¡Alto! No les he dicho toda la verdad. Algo hay de un mensaje antiélite, y que pone nerviosos a algunos. Parece evidente, y el mercado se lo ha tomado como un riesgo, la pretensión de Trump de desmantelar la arquitectura de la globalización de Davos. ¿Vuelta a los aranceles? Algunos ven en esto claros riesgos para mercados como México y China. Pero hay otras muchas voces cualificadas (y nada sospechosas de defender los proteccionismos) que llevan un tiempo denunciando que Davos, al fin y al cabo, no es más que una gran plataforma de acuerdos entre multinacionales y gobiernos. Acuerdos que no siempre son en beneficio de la globalidad. Es curioso que, sin ver un discurso evidente, claro y genuinamente populista, Trump se ha granjeado una ausencia total de simpatías dentro de Wall Street. Quizá porque entre las grandes firmas de Wall Street se han colado ahora las grandes firmas tecnológicas de Silicon Valley. No me extraña. Trump ha acusado a Amazon de evadir impuestos y a Apple de fabricarlo todo fuera de los EUA. Bueno, para no restar méritos a nadie, quizá las simpatías de las empresas Tech hacia Clinton se deban a que ésta promueve políticas muy cercanas a la industria Tech, con visados exprés para los estudiantes de ciencias y tecnología, o la suspensión de la obligación de devolver la beca de estudios para aquellos que monten una start up. Sea como fuere, las grandes firmas tecnológicas odian a Trump (lo demuestra la carta firmada por estas empresas advirtiendo de los riesgos de una victoria de Trump), pero siendo justos, lo hacen porque ven amenazados sus vínculos con fabricantes baratos del mundo emergente. Curioso ¿Verdad? El partido demócrata -a priori un partido de izquierdas, o al menos más de izquierda que el partido republicano-, se ha convertido en el partido de Wall Street. Qué quieren que les diga. Se me hace extraño. La globalización lo ha cambiado todo. ¿O es el dinero? Sea como fuere, y a riesgo de ponerme en contra del pensar popular, las torticeras frases de Trump pueden haber conectado con el pueblo, y efectivamente buscan el apoyo popular (como todas las estrategias políticas); pero no son una amenaza populista. Es sólo una humilde opinión.
Cordiales saludos desde Tel Aviv
Álex Fusté
Economista jefe